Poema aspiracional

Aspiran.
Miran la cumbre dorada
y escalan,
sin pensar (que no está)
que es la asfixia lo que aguarda.

Erguido, áureo,
caminaba sobre la cuerda.
Se encontraba revestido 
de cien mensualidades
(la tasa era fija, desde luego)

Si ella hubiera estado ahí.


Asertividad.
Entregable exquisito.
Guadaña persecutora.
Ya es tarde.

Mana el agua en la cascada 
del rascacielos de Reforma.
Una flor de lavanda será arrancada 
de una jardinera en Insurgentes.

Biometría vigilante.

Entre una estimación cambiaria
y una sala de lactancia malograda:
un nuevo amor.

Aspiran.

el aire de la ciudad
(que entra por la ventana).
El horizonte es la azotea,
del edificio ocre de enfrente.
Una vacante espera.

Sacrificio molar.
Hepático,
gástrico,
renal.
Y ante la asechanza hemorroidal:
¡no claudicar!

Transitan por todas las arterias
de sus ciudades doloridas.
Perciben las ondas radiales
y conciben en ellas:

La Verdad
(exhaustos).


Taller de ensamblaje y mina a cielo abierto.

Turistas del hambre.
Trashumantes de almacén.
Regresan.

Al otro lado del insomnio,
la boca húmeda
de una universidad
espera.

Y al otro lado de lo absorto, 
la última epifanía,
el próximo remontamiento 
hacia la cima dorada.

Y ahora aguardan:
un albornoz navy blue
(meticulosamente doblado)
y un vaso de clericó, 
sobre un trono,
con mecanismo reposet.

Y Buda, entre el personal de servicio.

Y un harén.

Y un mundo que reinar. 

Y un reino que no existe

ni existirá.













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